Mitos y/o leyendas
el primer mito de Italia es sobre El puente del diablo :Este puente se ubica sobre el río Serchio, en la comuna de Borgo a Mozzano, provincia de Lucca, Italia. Se trata de una obra maestra de la ingeniería medieval y se calcula que data de los años 1000 – 1100 de la era cristiana. Según la historia popular un día los habitantes de dos pueblos separados por el río Serchio le encargaron a un constructor que hiciese un puente que uniera ambos lados, para comunicar las dos poblaciones entre sí. El constructor emprendió rápidamente su tarea, pero con el correr de las semanas la obra no avanzó como había previsto.
Esta demora ponía en juego su reputación, ya que se acercaba la fecha para entregar el puente y aún faltaba mucho para terminar. La desesperación se apoderó del pobre hombre, ya que se había comprometido con los pobladores a terminar el puente a tiempo.
Pocos días antes de la fecha límite, una noche despejada, el constructor veía apenado como su obra no concluiría a tiempo. En ese momento alzó su vista y a lo lejos divisó un hombre vestido de forma elegante, cuya silueta contrastaba con la luna… Nunca sospechó que era el mismísimo diablo. Este extraño hombre se le acercó y le dijo “yo puedo terminar por ti este puente, en sólo una noche”. Desesperado el constructor decidió aceptar la propuesta.
“Pero me tendrás que dar algo a cambio”, le dijo su visitante. “¿Qué?”, preguntó el constructor.
“Me tendrás que dar el alma del primero que cruce este puente”, sentenció el diablo.
El hombre aceptó la propuesta y, al día siguiente, el puente estaba terminado… Los pobladores estaban agradecidos con el constructor por cumplir con su promesa. Pero el pobre hombre, agobiado por el pacto que había hecho, les pidió que nadie cruzase el puente hasta la puesta del sol.
Mientras tanto, fue en busca de ayuda con San Frediano, el obispo de aquella época. El santo, con sabiduría, le dijo “No se preocupe, deje que el diablo se lleve el alma del primero que cruce el puente, pero usted asegúrese que el primero que cruce sea un cerdo”.
Así lo hizo el constructor y esto enfureció al diablo por haber sido derrotado. En su ira, se arrojó a las aguas del río Serchio y nunca más apareció por esa zona…
El segundo es La madre del vino: Cuenta la historia que hace miles de años, en tiempos muy remotos, la vid no producía ningún fruto; era una planta estéril. En vista de ello, el campesino dijo un buen día: “voy a cortar esta planta, porque no sirve para nada”.
Y, efectivamente, al llegar la primavera, cortó todas las ramas dejando sólo un abultado muñón. Al verse desnuda, la vid empezó a llorar amargamente, destilando lágrimas de las ramas cortadas y lamentándose con pena. “¡Ay, pobre de mí, que desgraciada soy!”, dijo.
Sin embargo nadie escuchaba ni sus lamentos ni su llanto. Todos los árboles y las plantas estaban atentos sólo a los trinos del ruiseñor que, al oscurecer, empezaba a cantar de modo maravilloso en la enramada junto al rio. “¡Qué pena!”, dijo la vid al escucharle. “Si este pajarillo me ayudase a llorar, bien pronto renacerían mis cepas y mis pámpanos”, añadió.
Preocupada con esta idea, cierta noche, al fin, llamó al ruiseñor y le dijo con voz quejumbrosa y dolida: “Oye, hermoso pajarito, ten compasión de mí; no soy más que un muñón de leño y no tengo ni una sola hoja. Te suplico que me ayudes a llorar”. Y como el ruiseñor tiene el corazón tierno e ingenuo como todos los poetas, no supo decir que no. Inmediatamente echó a volar desde donde estaba, se posó sobre el leño de la vid, de la que destilaba una abundante humedad, afianzó en la corteza sus finas uñas y empezó a cantar dulcemente.
En el acto se hizo en todo el valle un solemne silencio. Todos se pusieron a escucharle e incluso las estrellas del cielo se echaron a llorar. Y aunque parezca extraño poco a poco, a medida que el ruiseñor cantaba, la vid se revigorizaba y la cortada cepa reverdecía, hasta aparecer las diminutas hojas que habían de ser luego espléndidos pámpanos verdes.
El ruiseñor cantó durante largas noches y de la vid surgieron ramas y hojas. Y entonces, sintiéndose feliz, alargaba sus sarmentosos brazos sobre la tierra, tratando de agarrarse y de trepar por los troncos cercanos. Pero sabido es que la vid es traidora y engañosa, por algo es la madre del vino, que tantas jugarretas gasta a los hombres.
Cierta noche, con ingratitud sin igual, urdió contra el pobrecillo ruiseñor un pérfido engaño. Con uno de sus zarcillos envolvió las patitas del pajarillo y lo sujetó con fuerza a su tronco reverdecido y lleno de pámpanos. Al día siguiente, el ruiseñor, que jamás había sospechado mal alguno de la vid, intentó volar, pero no consiguió separarse de la planta. Estaba allí prisionero y jamás podría escapar de su prisión.
“¡Déjame volar!”, suplicó llorando a la vid el pobre pajarillo. “¿Qué mal te he hecho yo? ¿Así me pagas lo que he hecho por ti?”, agregó tristemente.
Pero todo fue inútil… la insensible y traidora vid, brillante de rocío, se mecía sobre su tronco sin hacer caso de los ruegos y lágrimas del ruiseñor. Y así fue como el confiado e infeliz pajarillo, no pudiendo ya volar ni comer, murió allí preso quedando su gracioso cuerpecito colgando de la cepa traidora como si fuera un racimo marchito.
Pero sabedoras las estrellas de lo ocurrido, quisieron transformar a su amigo cantor en algo que embriagase a los hombres como hacía con su canto cuando estaba vivo… así que del ruiseñor muerto hicieron el dulce fruto de la vid: la uva.
Entonces las patitas hundidas en la corteza viva de la planta transmitieron la fresca humedad de la tierra y aquel jugo vital se esparció rápidamente por todo el cuerpecillo, que se hinchó hasta transformarse en el turgente y dulce fruto de la vid. Algo después, pasado el diluvio universal, Noé sería el primero que descubriría los efectos del vino…